Comentario
Aunque tanto en volumen como en valor se mantuvo siempre por debajo del tráfico atlántico, el comercio con Asia creció espectacularmente y en el último tercio del siglo desplazaba ya en la mente de muchos europeos al americano como símbolo de la riqueza. Una ínfima parte de este comercio se hacía por vía terrestre, siguiendo la tradicional ruta de las caravanas a través de Asia central, o bien por las vías ruso-chinas. El grueso de las transacciones, sin embargo, se hacía por vía marítima y con la intervención de las grandes compañías monopolistas. Su desarrollo iría acompañado de la penetración y dominio territorial por parte de los europeos.
Limitadas las posesiones hispanas a las Filipinas y desplazados los portugueses en el transcurso del siglo XVII a un puñado de factorías y enclaves, fueron las Provincias Unidas, Gran Bretaña y Francia -Dinamarca y Suecia participaban minoritariamente- los países que se disputaron la supremacía en esta área. La V.O.C. holandesa estaba instalada en el archipiélago de Insulindia, donde un conglomerado de territorios propios (Java y Ceilán eran las islas principales), sometidos a vasallaje político o controlados mediante leoninos acuerdos comerciales, que aumentó en el transcurso del siglo, compuso, hasta la cuarta guerra anglo-holandesa, el emporio comercial más sólido de Extremo Oriente.
En la India la presencia europea al comenzar el siglo XVIII se limitaba a factorías costeras -muchas de ellas fortificadas sin apenas penetración territorial. La portuguesa Goa, la holandesa Cochin, las británicas Madrás, Bombay y Calcuta y las francesas Masulipatan, Chandernagor y Pondicherry -a las que se añadirá después, entre otras, Calicut- eran las más importantes. La descomposición del Imperio del Gran Mogol a la muerte de Aureng-Zeb (1707), azotado por conflictos sucesorios y discordias entre hindúes y musulmanes, posibilitó la penetración territorial de los europeos, atizando y aprovechando dichas querellas en beneficio propio. Durante la primera mitad del siglo pareció que iba a configurarse una India francesa, por obra de los gobernadores generales de la Compagnie des Indes Beniot Dumas (1735-1741) y Joseph Dupleix (1741-1754), el último de los cuales consiguió, venciendo la oposición inglesa, poner bajo protectorado de su compañía el litoral del Carnatic y gran parte del Dekán. Pero, no bien comprendidos en la metrópoli, donde se primaban los asuntos europeos, no recibieron el apoyo que, en cambio, sí tuvieron de la suya los gobernadores de la East Indian Company. La destitución de Dupleix (1754) fue seguida de un tratado entre las compañías francesa e inglesa por el que se renunciaba a los protectorados. El posterior enfrentamiento con las tropas inglesas al mando de Robert Clive durante la Guerra de los Siete Años sentenció la derrota de Francia, que por el Tratado de París abandonaba prácticamente la India (con la excepción de Pondicherry, Chandernagor y algunas plazas más), mientras que la E.I.C. se convertía de hecho en soberana de Bengala. En los años siguientes, bajo el impulso del propio Clive y, posteriormente de los gobernadores Warren Hastings (1772-1785), Charles Cornwallis (1786-1793) y Richard Wellesley (1798-1805), se amplió tanto la ocupación efectiva inglesa cuanto el sometimiento a vasallaje de príncipes locales. Por otra parte, las condiciones de paz impuestas tras la cuarta guerra anglo-holandesa incluían la abolición del monopolio de la V.O.C. en Insulindia, quedando también los holandeses definitivamente relegados en este ámbito ante el empuje británico.
Las relaciones con China debieron plantearse sobre bases distintas. Aquí, el reforzamiento del poder central impidió la penetración territorial europea y, aunque no se llegó a adoptar la política japonesa de supresión total de relaciones (holandeses, con ciertas condiciones, excluidos), desde los años veinte se confinó a los extranjeros en un ínfimo espacio junto a Cantón, debiendo negociar sin distinción entre ellos -aunque a largo plazo, el control que poseían de la zona y su comercio daría a los ingleses una posición dominante- con una corporación monopolista de mercaderes autóctonos.
El comercio con el área del sudeste asiático se caracterizaba, básicamente, por la importación a Europa de productos exóticos, de lujo y semilujo, sin una contrapartida equivalente de mercancías. Especias, tejidos de algodón (las famosas indianas), tintes, nitrato (para la fabricación de pólvora), cueros, café, té, sederías, porcelanas y lacas chinas eran algunos de los artículos procedentes de esta área. Su importancia relativa varió con el tiempo. Las especias, dominantes en el siglo XVI, fueron desplazadas en el XVII por los productos y materias primas textiles, mientras en el XVIII el café y el té (sobre todo, este último) ocuparon un lugar cada vez más destacado, llegando a equipararse con aquéllos: hacia 1775, por ejemplo, los textiles representaban el 48 por 100 de las importaciones asiáticas de Inglaterra; el té, el 44 por 100. Originario de China -sólo hacia 1830 comenzaron a plantarse arbustos de té en territorio de dominio europeo (Java)- y traído a Occidente por la V.O.C. a principios del XVII, el consumo del té se difundiría muy lentamente al principio para imponerse en el Setecientos, sobre todo, en Inglaterra (y, por extensión, en sus colonias americanas, a cuya independencia, por el Boston tea party, estará siempre vinculado; en los Países Bajos nunca llegó a ser tan masivo), donde llegaría a convertirse en la bebida nacional. En 1780-1785 unas 10.000 toneladas anuales salían de Cantón, la mayoría destinadas a su consumo en Inglaterra, donde una buena parte era introducida clandestinamente por los otros países importadores. La drástica reducción de aranceles de 1784 (del 119 al 12,5 por 100) eliminó el contrabando y la reducción de precios consiguiente favoreció la extensión del consumo, aumentándose el volumen de las importaciones. Se estima que en los años noventa incluso los ingleses más pobres consumían de 5 a 6 libras al año y se había convertido ya en una bebida de civilización: Leandro Fernández de Moratín podía ironizar sobre los 21 apartados de la "lista de los trastos, máquinas e instrumentos que se necesitan en Inglaterra para servir el té a dos convidados en cualquier casa decente".
El comercio asiático fue siempre deficitario para Europa, debiendo saldarse, pues, en metálico, y P. Chaunu ha estimado que, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, un tercio de la producción americana habría terminado en Asia. La reducción del déficit pasó por la participación masiva en el comercio intraasiático (country trade), en complejos circuitos que iban desde el mar Rojo y el golfo Pérsico a las islas niponas en los que se negociaba (muchas veces, en beneficio de los agentes de las grandes compañías y no de éstas) con los más diversos productos (cobre japonés, café de Moka, sedas persas, cotonadas indias, opio indio destinado a China...), y donde también los ingleses fueron suplantando progresivamente a los holandeses. Pero una parte de la diferencia nunca se saldó: la presión británica sobre la India llevó consigo un auténtico drenaje de riqueza en favor de los occidentales, en forma de tributos y mercancías sin retorno y al que también contribuyó la desviación hacia Bengala de la financiación del tráfico cantonés. A las modificaciones que la nueva situación colonial iba produciendo en las estructuras sociales autóctonas, se añadirán a finales de siglo las consecuencias de las transformaciones industriales inglesas: crecieron los envíos de algodón en bruto a Europa, disminuyendo paralelamente la producción textil india, falta de materia prima, y aumentando la llegada de tejido inglés, ahora más barato. La estructura de la industria textil india se cuarteaba, apareciendo en lo sucesivo durísimas crisis de subsistencia. Pero la península sería, ya en el Ochocientos, una de las salidas de la producción industrial británica.